Cuando Sonia me sugirió escribir algo sobre mi experiencia con la biodanza,
para incluirlo en su página, me sentí un poco perdida. Por donde empezar, qué
contar...
Y es que me había creado unas espectativas con respecto a la
biodanza que no me permitían ver con claridad y no sabía qué compartir. Hoy me
he dado cuenta de algo importante: la biodanza es transformadora. Y eso es lo
que quiero transmitir.
Cuando participé en una clase de biodanza por primera vez yo no
sabía nada de la biodanza. Anteriormente había oído hablar de ella un par de
veces, pero no le había prestado mayor atención. Mi primera experiencia me
gustó y busqué cómo continuar practicando.
Desde el primer momento yo me sentía bien en las clases,
disfrutaba plenamente. Sin darme cuenta me entregaba a cada movimiento, cada
ejercicio, cada gesto. Como era algo nuevo para mí, me resultaba fácil estar
cien por cien con la atención plena, sintiendo cada minuto.
Al cabo de un tiempo, me di cuenta de que mi atención había
disminuido algo, que ya no todas las clases eran igual de mágicas. Al observar
esto vi claramente que la diferencia estaba en mi actitud, en si me entregaba o
no a la experiencia. Y es que había perdido esa frescura de novata que miraba
todo con ojos inocentes y curiosos, y donde la entrega surgía espontánea.
Cuando en una clase conseguía entregarme, todo fluía y me sentía
gozosa. Si no me entregaba, algo se bloqueaba y me sentía fuera de lugar.
Una vez que comprendí que la entrega era primordial, fue fácil.
Puse conciencia en que mi primera tarea era entregarme y luego ya todo iba
rodado.
Por si quedaba alguna duda: Solo hay biodanza si hay entrega.
Muy al principio también iba recibiendo información sobre la biodanza. De todo lo que me llegó se me quedó grabada una cosa: el trabajo de transformación que hace la biodanza, lo hace en las clases, no hay que hacer nada extra para que surta efecto. Pensé que era genial, mi vida iba a cambiar a mejor sin hacer ningún esfuerzo por mi parte, solo tenía que disfrutar yendo a las clases regulares.
Después de algún tiempo no advertía grandes cambios en mi
vida y creía que debían haber ocurrido. Sí me daba cuenta de que yo había
modificado mi comportamiento en algunas situaciones que antes me resultaban
incómodas y ahora las veía con otros ojos y tenía otra actitud ante ellas, más
cómoda, más relajada. Podía aceptar esas situaciones e incluso participar de
ellas. Si recapacitaba un momento, me daba cuenta de que era la biodanza la que
me había llevado a esta grata transformación en mi actitud.
Aún siendo consciente de esto, mi impaciencia me hacía querer
tener cambios radicales en mi vida, no sutilezas.
Tras la aclaración de Vitor, mi profesor, de que lo que se produce
con la biodanza es una transformación y no un cambio, y tras entender la
diferencia entre ambos conceptos, reconocí y acepté que algo se estaba
transformando en mí y que la biodanza era la principal responsable. Y no eran
sutilezas precisamente, pues se trata de mi actitud ante la vida, no ante
situaciones aisladas. Transformación que se podría resumir en la mayor
confianza que ahora tengo en mí misma. Confianza y actitud, cuestiones
cruciales en una vida.
Sí, la biodanza es transformadora. No es que hoy me haya enterado
de que la biodanza es transformadora. Hoy me he dado cuenta de que la biodanza
me ha transformado a mí. Y eso me alegra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Siéntete libre para compartir tu experiencia con la biodanza, tus inquietudes o lo que te nazca del corazón.
Gracias por estar aquí.